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  • Foto del escritorMarco Antonio López Salamanca

Roa, de Andrés Baiz

Cuando el negocio está por encima de la conceptuación y la creación

He visto Roa, me acuso; dicen que un mal trago le pasa a cualquiera, pero éste, hubiera deseado de todo corazón que solo a mi hubiera tocado, con todo respeto.

Sin quererlo estoy transportado a 1966, Centro de Alfabetización Naciones Unidas, de Las Ferias un barrio de invasión, he dejado el circo y asumo como director, recién alfabetizado, del grupo teatral de la nocturna; todos hombres y mujeres, jóvenes y adultos, afanados por mostrar nuestra importancia a la sociedad, pues instrumentalmente ya estamos cumpliendo como carpinteros, albañiles, pintores, ornamentadores, aseadoras, taponadoras y otros oficios, con los que se hace una época de esta ciudad, ya lejana al recordar. Nos aventuramos a poner en escena Nube de Abril una obra teatral de Luis E. Osorio. A todos nos afecta en lo profundo este tema del 9 de abril, todos contamos con familiares asesinados en esa etapa miserable de nuestra vida; es un acontecimiento nacional y en cada lugar de nuestra geografía se expresa a la manera propia, de su idiosincrasia. Nosotros cargamos suficiente luto como para sentirnos honrando nuestros muertos con esta obra, así que asumimos la tarea con voluntad y responsabilidad histórica; yo, venido del circo le aplico como director la disciplina de la carpa en el círculo y el trapecio con el sentimiento del deber cumpliéndose; nuestra cotidianidad se hace a la obra, los recuerdos de padres y abuelos alimentan nuestras emociones que se expresan en los personajes en escena valorando el texto del más importante dramaturgo que tenemos, que es dueño del Teatro de la Comedia, donde estrenamos la obra, arrancamos aplausos atronadores y ganamos la admiración de la crítica oficial del concurso en que participamos; cumplidos los compromisos oficiales, presentamos la obra en el salón cultural del centro nocturno ante nuestra comunidad del barrio Las Ferias, sede de invasores desplazados muchos de ellos por la violencia, del campo, a la ciudad. Al terminar, el silencio va cubriendo el espacio y el desengaño en nosotros es total, alimentado con cáscaras de plátano, naranja y maldiciones con que nuestros espectadores y vecinos muestran su repudio al grupo tratado de “partida de sinvergüenzas” y a la obra de mentirosa. Pese a todo nos sentamos con disciplina de actores a terminar de recibir y pasar por el cedazo la crítica colectiva sobre la expresión colectiva de un acontecimiento colectivo, sus opiniones, reflexiones, acusaciones de irresponsabilidad y falta de compromiso, ante la violencia que vive el país.

Aprendimos un texto sin crítica, escuchamos a padres y abuelos para fortalecer emocionalmente a unos personajes alejados de la vida de nuestro público, nos dejamos llevar por la banalidad egoísta de los artistas nóveles; la lección queda aprendida con las palabras de mi papá: “ustedes se han tomado el derecho de faltarle el respeto a la gente, a su sentimiento y sufrimiento”, “la vida, el dolor y el recuerdo de la gente merecen respeto y ustedes se lo han maltratado, han pisoteado su dignidad, ahora chupen”.

En este sentido la experiencia de ver Roa, es positiva por cuanto permite rememorar esas acciones y sentimientos de responsabilidad que debe acompañar al creador en cada expresión de la cultura que se realice; aunque puede ocurrir que algunos creadores aprovechan los acontecimientos importantes de la vida del país, para hacerse a un buen negocio.

Estamos ante un guión mentiroso con las conductas afectuosas de la época: un buen hombre es lanzado a la calle por su esposa que lo ama y deja a su hija sin padre, por desempleado, al mas ramplón estilo gringo, en la Bogotá de mediados de siglo de un país católico, ofrecido al Sagrado Corazón de Jesús; una madre-abuela que recibe a su hijo echado de su hogar, con total indiferencia; una hija que pierde a su padre como si fuera una canica, lo recibe de la misma manera, total insensibilidad; un buen padre que le quita a su hija el cuaderno de la escuela y la deja con una hoja porque él se dedica a una inexplicable obsesión detectivesca a un ídolo que le ha dado alguna importancia. Si los guionistas investigan se enteran que en esta época los pobres en las escuelas aprenden a escribir en pizarra y jiz y que solo reciben niños que estén en los 7 años de edad; un revólver destinado al asesinato de Gaitán, con el que se comete un crimen pasional, sin consecuencias para el personaje y sus chantajeadores; un Gaitán que escasamente alcanza a adornar unos textos de cajón, que le matan toda significación e importancia histórica, tan mal construido que un espectador desprevenido, ignorante de la vida de este país puede recibir de buen grado que sea asesinado, por petulante y falso; sin verlo le echa en cara al desempleado el daño de un carro cuyo accidente jamás ve; un protagonista que pasa de cobarde a estúpido, pidiéndole trabajo a la taquillera del teatro; en esta época uno puede entrar al cine pero con el maíz pira en taleguitos de papel, no existían para este menester los vasos de cartón encerado, y aún me parece escuchar el parlamento de los dulceros en la oscuridad de la sala “papa, dulces, chicles, charmes, colombinas”, iluminando con su cajita a la cintura con linterna sencilla; la relación que sostiene con el catedrático tampoco es explicable; además esta lleno de adjetivos y dichos modernos tan mal expuestos que uno no sabe sin son puestos para hacer reír o fueron licencias de los actores, que tomaron descuidado al director y luego hubo que dejarlos. Estos son solo algunos de los detalles de un guión desastroso.

El arte también tiene su excelencia: las locaciones tienen su acierto con la época, pero la dirección puede enorgullecerse de saber vestir un espacio Bogotano, con su frío y neblina reconocidos y recordados por los habitantes bogotanos mayores de 55 años, con velitos en las ventanas a lo calentano y despreciar las necesarias cortinas cerradas, tupidas de telas pesadas que calientan los espacios y conservan los calores de las chimeneas, o de las estufas de carbón de piedra; el traje y sombrero, heredados, con que el protagonista, hasta ahora albañil, se viste, son tan parecidos en corte y confección con el de Lleras Camargo que da la idea que son hijos de una clase media decadente, sin embargo es bueno recordarle que jamás un traje de segunda es mas que un traje de segunda y el hombre claramente está estrenando y está estrenando para ir a matar y se supone que está deprimido.

Es apenas comprensible tanto abuso, cuando el negocio está por encima de la conceptuación y la creación; pero el público de hoy aún cuenta con una segunda y tercera edades, bastante grandes, que tienen en la tradición oral un instrumento que patentiza la existencia, en la memoria colectiva y tradicional, de nuestros muertos, los desaparecidos, los chivos expiatorios, los injustamente encarcelados, los cobardes, los asesinos, los hijos y los nietos de los asesinos que reclaman su derecho a seguir matando, la horda de los heredados que aún están en el poder reproduciéndose en iglesias y sus dogmas para evitar que la verdad los alcance y juzgue por todos sus crímenes cometidos y los que seguirán cometiendo hasta que la verdad sea y los detenga desnudos ante su virtud.

Señores productores, guionistas y director, les recuerdo que las memorias colectivas conservan las dignidades de la cultura de un pueblo y merecen respeto.

Aquí llegamos a la responsabilidad de quien hace de la creación un negocio y por lo tanto sacrifica lo creativo a su destreza para evadir y esconder toda verdad que cree que no conviene a sus compradores.

Yo, que me he expresado como bogotano herido, pues me han hecho supurar las heridas con los recuerdos maltratados, con todo respeto y derecho a resentir, regreso a la sentencia de mi papá, cuando quisimos dignificar la memoria de esta etapa maldita de nuestra vida, etapa que no termina: “ustedes se han tomado el derecho de faltarle el respeto a la gente, a su sentimiento y sufrimiento”, “la vida, el dolor y el recuerdo de la gente merecen respeto y ustedes se lo han maltratado, han pisoteado su dignidad…”

He visto Roa, me acuso; dicen que un mal trago le pasa a cualquiera, pero éste, hubiera deseado de todo corazón que solo a mi hubiera tocado, con todo respeto.

Bogotá D.C., abril 25 de 2013

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